EL BALCON DE LOLA

No soy escritora, pero me gusta coquetear con las palabras y alinearlas en cuentos e historias. Aquí quedan todos colgados en este balcón, para que tú puedas recrearlos, y yo sacar mis sombras a orearse. Lo hago sin ánimo de ofender, sin pretensiones de deslumbrar, tan sólo con la intención de compartir con quien pase a mirar y tal vez se quiera quedar.

jueves, 28 de julio de 2011

LOS SUEÑOS.

               La verja del cementerio se abrió con dificultad. El chirrido del metal envejecido por el tiempo  resonó acompasando sus pasos; los años habían lentificado sus andares siempre apresurados y decididos . Avanzó por el sendero que se abría entre el destello del mármol de las lápidas. Los nombres brillaban entre flores ajadas, plásticos relucientes de otros tiempos en memoria de nombres  ya olvidados.
            Al fondo recordaba el panteón de piedra. Rememoró, una vez más, la tarde en la que, en ese lugar, él le contaba historias de sus antepasados allí enterrados. Su padre, su abuelo.... toda una estirpe de hombres rudos y orgullosos que trabajaron la tierra para salir adelante. Aún recordaba su promesa de enterrarla allí con él cuando ambos murieran. Eran tiempos en los que aún no había aprendido que la vida nos lleva sin muchos miramientos por  donde quiere. Ahora, después de tantos años, le parecía un delirio de mentes adolescentes que creen que todo es eterno, y más  los aprietos  del corazón. 

             Nada fue como parecía ser ese día, ni tan eterno, ni tan verdadero.  Cada uno vivió su vida desde mundos que nunca se pudieron encontrar. La de él, cosida por la triste historia del alcohol que envileció su alma, engendrando infelicidad a su alrededor, y complicando  una  existencia que muchos habían augurado exitosa.La de ella, tranquila, predecible, sin más sobresaltos que la crianza de los hijos, la sumisión al hogar y al marido y la adaptación a una sociedad rural y provinciana que no permitía a las mujeres  tener muchos sueños, y menos correr tras ellos.

             Ahora, tantos años después, quería recordar a aquel triste hombre , de vida gris, que en su juventud significó el despertar  de tantos sueños. Ella ya se había dado cuenta de  que los sueños son eso que nunca llegamos a alcanzar y que cuando creemos tenerlos se desvanecen convirtiéndose en bruma. Sólo los que no alcanzamos son los que no nos defraudan, y perseguimos su estela toda la vida. Por eso estaba allí, en el otoño de su madurez, a evocar ante aquella tumba los sueños que le habían empujado a través de los días y nunca se habían cumplido. 
     
Depositó unas flores frescas ante la lápida; pasó sus dedos por ella recorriendo las letras doradas de su nombre. -" Te esperé siempre, pero nunca estuviste a la altura de mis sueños; mejor así"-. Deshizo sus pasos y con lenta predisposición salió de allí para continuar con sus días y sus noches ya sin esperar nada, con el conformismo que recibes de  los años  ya vividos y guardando muy dentro esa vida con la que un día soñó.