EL BALCON DE LOLA

No soy escritora, pero me gusta coquetear con las palabras y alinearlas en cuentos e historias. Aquí quedan todos colgados en este balcón, para que tú puedas recrearlos, y yo sacar mis sombras a orearse. Lo hago sin ánimo de ofender, sin pretensiones de deslumbrar, tan sólo con la intención de compartir con quien pase a mirar y tal vez se quiera quedar.

viernes, 2 de marzo de 2012

DESDE EL BALCÓN

     

  Llevaba varias tardes haciendo lo que más le gustaba hacer, en cambio ya no sentía lo mismo. Con los folios en blanco sobre la mesa y el lapicero lleno de bolígrafos ajados, las ganas de escribir habían desaparecido.

      Levantó la vista hacia el ventanal que tenía enfrente. La  luz amarillenta del atardecer se dejaba entrever. En otro tiempo, un cigarrillo habría resuelto el momento llenándolo de humo y placer pero había decidido dejarlo .

       Se levantó de la silla y se acercó al balcón. Los edificios de piedra  conforman una plaza llena de magia. Aún no sabía por qué se sentía tan atraída por ese lugar. Sobre sus tejados las chimeneas apuntaban a un cielo rojizo con el  sol poniéndose en el horizonte de la sierra.  La imagen de esas piedras , ahora decadentes pero de pasado magestuoso, siempre traía a su cabeza la huella de momentos atesorados en su interior; su vista se perdía por momentos  en el vacío hasta que daba de nuevo con el cristal.

      Con un movimiento preciso corrió los visillos; volvió a la mesa y metiéndose un trozo de chocolate en la boca esperó que volvieran  las ganas de seguir inventándose historias; eran las mismas ganas que desde hacía tiempo tenía  de  reinventarse a sí misma, escribiendo sobre los folios en blanco la entropía de sus recuerdos; viéndolos sobre el papel parecían tener otro sentido, podía llamar a cada cosa por su nombre sin que doliera y las palabras ocupaban un nuevo orden que antes no encontraban.

        Sin embargo había días como este en los que la memoria vivida y las ganas se quedaban colgadas en el balcón, enganchadas en la ausencia transparente del cristal  del ventanal, sin querer fundirse  tal vez contra  la rugosidad de las piedras medievales que le envolvían, y retornar a los folios en forma de historias reinventadas.

miércoles, 8 de febrero de 2012

ESCRIBIR



No estoy segura de que escribir tenga sentido.

Tal vez  lo hago para resignarme con una realidad desdibujada; las historias que cuentan otros siempre me parecen mas hermosas, y las mias, mas perversas.

Quizás al  escribir consigo imaginar la otra vida que hubiese podido tener, si no fuera yo, que estoy tan feliz con la que tengo.

  O tal vez escribir sea apresar aquello que dejé escapar antes de tenerlo, sabiendo que nunca volverá a ser.

Acaso escribir es el precio que tengo que pagar para sacar los escombros de los rincones  del alma, y poder llenarlos de nuevo.

Probablemente no sea más que un intento de tener algo contigo, que pasas por mi balcón, te asomas y te marchas sin entrar, ni tan siquiera decirme que estuviste aquí, para que yo no me sienta tan sola en esta costumbre de tenderlo todo al aire.



miércoles, 25 de enero de 2012

DESPEDIDA

    Ni te imaginas cómo cuesta acostumbrarme a vivir sin tí.
    Tuve que dejarte en la cuneta de mi camino y 
¡ cómo te necesitaba !.
    Hemos compartido tantos momentos que no creía posible hacer nada sin tí. Tú siempre a mi lado, transmitiéndome  confianza,  asido a mi mano, yo besándote, oliéndote.....
    Te confieso que aún te recuerdo y que en las noches te imagino junto a mí y me recreo con el olor a tí que aún conservo.
     Si supieras que estoy decidida a olvidarte a cualquier precio; que la monotonía de los días, el aburrimiento cotidiano comienza a tener otro color y que esta relación tóxica que tu y yo teníamos va dejando espacio a  nuevos comienzos .
    Querido cigarrrillo, ya no te necesito.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Microcuento

                              Elena caminaba   en una  tarde otoñal.  El paseo le llevó al camino que conducía al cementerio. Abrió la verja con dificultad; el chirrido del metal envejecido por el tiempo resonó acompasando  sus andares. Avanzó por el sendero que se abría entre el destello de mármol de las lápidas; las letras relucían entre flores de plástico , guardando la memoria gráfica de nombres ya olvidados.
                            Al fondo divisó el panteón de piedra. En ese lugar, muchos años antes, Juan  , abrazándola, le contó historias de sus antepasados allí enterrados: su padre, su abuelo... toda una estirpe de hombres rudos y orgullosos que labraron la tierra para salir adelante;  le hizo la promesa de enterrarla allí con él cuando ambos murieran como prueba de un amor que le juró eterno y sobrenatural.

                         Ante aquel panteón buscó en su memoria qué había sido de aquel sueño de juventud y no encontró rastro.  Sus manos tocaron la puerta de cristal vidriado y acercó su cara para ver mejor las lápidas del interior.  Allí había una losa grabada en la que leyó:

                              “ Juan Rodríguez – Elena Mendizábal”
                                            fallecidos trágicamente
                                      a la temprana edad de 20 años.


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viernes, 9 de diciembre de 2011

El territorio de la infancia


                      Las primeras tardes del otoño se hacen frías y cortas. Después de las clases espero impaciente ante el aula de los pequeños a que se abra la puerta. Repaso con desgana y frío en el cuerpo los deberes  que tengo que hacer al llegar a casa; mi estómago se  anticipa con sonoras provocaciones  evocando el bocadillo de pan blanco y tierno que me espera: - ¡qué toca hoy?- pienso, da igual mortadela, queso, crema de cacao...... nunca pongo pegas a esa comida del día. Al fin sale mi hermano pequeño, - dale la mano que no se pierda-, resuena en mi cabeza la voz de mi madre, una tarea que cada día me encomienda a mí, nunca a ellos, los otros tres hermanos varones que  me esperan en la puerta principal del centro y al vernos salen andando calle abajo charlando de sus batallas escolares del día.  - ¡esperadnos! Yo no puedo con éste.-, caso omiso, me apresuro tirando con una mano del pequeño y de la otra de las carteras, la suya y la mía que ya va teniendo su peso. 

            El ejercito uniformado de niños con trencas y  calcetines azules y zapatos gorila negros forman una oleada humana   de criaturas de tamaños reducidos con un algarabía confusa que se dispersa por las callejuelas. Después de cruzar la plaza, atenta a las indicaciones del guardia para pasar, empezamos el tramo empinado de nuestra calle y nos juntamos los cinco hermanos. Al fondo, nuestra casa nos despierta de nuevo el sabor de la merienda y hace que el paso se haga más ameno. 

            Hoy en la puerta nos espera la abuela con la tata. Adivino caras de circunstancias  extrañas que no sé interpretar, pero me hacen recordar que mi madre esa mañana dijo que no se encontraba bien. No me extraña, con esa barriga tan enorme donde al parecer se alojaba otro hermano, seguro que está relacionado con eso. Sin dejarnos subir nos despachan con un bocadillo, nos liberan de las carteras y del pequeño y nos mandan al parque. ¡no volváis hasta que vayamos a por vosotros! –

            Al fin siento que puedo andar a mis anchas, tanto como me permite este feo uniforme con el que me siento ridícula e incómoda; no sé si me queda pequeño, o es que  yo lo ocupo de otra forma, esa falda gris y áspera que antes bailaba en mis caderas ahora se ajusta como un calcetín.


            Me voy al parque donde todas las tardes me reúno con mis amigas; en los últimos tiempos hemos cambiado las sogas de saltar a la comba por corros de conversaciones llenas de complicidad y confesión. De vez en cuando algún chaval  se nos acerca  y las risitas y empujones que nos damos nos cargan de una felicidad desconocida. Solo cuando se acerca Clemente sube por mi interior algo que aún no reconozco, mis mejillas arden y me quedo sin poder pronunciar palabras, como si éstas no encontraran el camino. 

      Al caer la tarde quedamos pocos en el parque. De lejos veo a mis hermanos jugando al fútbol, como suelen hacer siempre. Cuando pienso en el momento de volver a casa aparece la tata buscándome con la mirada, se acerca, me abraza y me cubre de besos; yo, asustada, me dejo querer por ese gesto tan poco habitual en ella.     – ¡Has tenido una hermana! Por fin, Ya no tendrás que planchar tú sola tantos pantalones!- me dice. 

      Por un momento me siento feliz, pero mi extrañeza camino de casa va en aumento, sé que cosas importantes estan cambiando, que yo ya no soy la misma, pero nunca relacioné esto con los pantalones de mis hermanos.

viernes, 25 de noviembre de 2011

SOSIEGO



           Al fin se queda sola. Cuando todos se marcharon de la casa de campo, ella se sentía agotada.Solo le acompaña, como siempre, su  hijo, que  también se había rendido al sueño y descansaba en la cama grande con la promesa de que ella  iría pronto a dormir con él.

           Se acercó a la chimenea y atizó el fuego; se dejó caer en el sillón amarillo rindiéndose al cansancio ; atender a la familia, mostrarse agradable con todos, estar pendiente de que no faltara nada, el bullicio de los sobrinos, el ajetreo de los platos de la comida, la conversación insípida, todo la había agotado, sometiéndola a la realidad de la cotidianidad familiar.

           Ahora, en el refugio del sillón, llegaba su añorada soledad. Después de su divorcio había construido con ella una buena relación, la consideraba una buena amiga con la que compartir los mejores momentos; el fuego con su presencia cálida y silenciosa hacía más placentera la ocasión.

           El vestido azul, ajado por  las idas y venidas en  el jardín de la casa, sus pies descalzos arrullados al calor del fuego , sus manos resguardadas en el regazo de los bolsillos y su cabeza reposando en el respaldo del sillón ofrecían  la posición perfecta para desprenderse de todo lo  que no le importaba . Recuperaba su silencio al mismo tiempo  que se  llenaba de recuerdos  en forma de  imágenes . Ya no había heridas, ni pena ni dolor, ni preguntas sin respuestas, el tiempo había hecho su trabajo cicatrizando las marcas físicas y las del alma en un olvido lleno de memoria limpia y organizada para sobrevivir. Era su mejor momento del día y quería disfrutarlo.

martes, 15 de noviembre de 2011

¡VOLAR !


         Era un bonito día de primavera. El sol entraba a raudales por la ventana. Postrado en la cama del hospital “San Juan”, Icaro sacaba fuerzas de flaquezas para intentar extender las piernas entre las sábanas que le cubrían. A decir verdad, le molestaba tanta luz haciendo brillar los objetos tan extraños  que le rodeaban. Se cubrió con la sábana tapándose la cabeza y se centró en sus pensamientos.
     Reflexionó sobre cómo había llegado a esa decadencia física, o acaso ésta era el resultado de algo más que aún no llegaba a entender. El recordaba una mala racha, unos tiempos que se fueron torciendo  justo cuando estaba tocando el éxito profesional.
     ¿Acaso no se había matado trabajando, no era el mejor ejecutivo de la multinacional “Creta S.A.? ¿ no llevaba a casa los mejores dividendos para que no faltase de nada?. Es verdad que hacía muchas horas en la carretera, en reuniones y viajes interminables con “amigos” que le señalaban el camino del éxito y las reglas del viaje. Cuando su cuerpo se agotaba o su mente no daba más de sí, se reponía con ese polvo blanco que le ofreció su jefe. Era un acicate poder compartir con él momentos de euforia y relax. No entendió el griterío y alboroto de su familia cuando descubrieron en su chaqueta el envoltorio de la cocaína.
     En especial fue difícil con su padre, Dédalo, al que en otros tiempos se había sentido tan unido. A qué venían ahora tantas advertencias? ¿ no fue él el que le enseñó que ascender y superarse eran el camino de la libertad?.

-       Por ahí no vas bien, Icaro.- había sentenciado cuando discutieron.
- Pero padre, yo sé dónde me meto y además lo controlo perfectamente.-
-     Tendrás que parar y pensar dónde quieres llegar. ¿Merece la pena?-

     Pero él continuó con la misma vida, sin pararse , porque eso es de débiles y él no lo era. Además estaba el reconocimiento de sus compañeros y sus jefes, ¡esa palmadita en la espalda que tanto le reconfortaba!
    La última reunión fue muy intensa, en ella se estaba fraguando su ascenso al Comité Ejecutivo  y de ahí a la dirección quedaba un paso; después de la tensión liberada necesitaba tomarse una copas con los “amigos”. Recuerda que la juerga se prolongó y que al coger el coche, por un instante pensó no hacerlo, pero no se paró.
    De esto y del  accidente han pasado ya varios meses y sigue postrado en una cama que no es la suya,  sin acertar a  mover las piernas,  mientras el sol entra sin permiso por la ventana de la  habitación. Icaro se queda parado, no le queda más remedio, ya no lo puede controlar, ya no depende nada de él.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL COMIENZO

     Aquella mañana él llegó de uno de sus viajes más temprano que de costumbre. Sus negocios eran así y yo asumía aquellas ausencias, cada vez más repetidas y prolongadas, con la complicidad de la  mujer que le adoraba y de la  madre que no conocía otro oficio que cuidar a sus hijos con esmero.
      Aquella noche había sido tranquila, de no ser por la ausencia de la llamada a la que me tenía acostumbrada.

- Todo ha ido bien. Estoy cansado y en el hotel. Me voy a dormir. Un beso a los niños. Os quiero. Buenas noches.-

     Aquella  noche no hubo llamadas.  Recuerdo mis ojos mirando al teléfono expectantes, deseosos;  mi cabeza llena de pensamientos y presagios que revoloteaban como moscardones negros y una sombra negra de traición lacerante que comenzaba a cavar un enorme agujero en algún lugar extraño que desconocía en mi cuerpo. El sueño y el cansancio del ajetreo diario los vencieron.
     El pasó al despacho y soltó su maletín. Yo, que aún me encontraba en duermevela le seguí para ofrecerle un café. Así lo hacía siempre. Era el momento  del reencuentro, de la charla distendida, de las anécdotas.  Así era siempre.

- Tenemos que hablar – dijo.
- Sí, supongo. Ha ocurrido algo? Anoche no pude hablar contigo, tu teléfono no respondía y me quedé preocupada.-
- Bueno, quiero que lo entiendas. No podía hablar. No estaba solo.-

          Mis manos agarraron el respaldo del sillón en un intento de encontrar algo sólido. El terciopelo verde me devolvió su tacto suave.

- Quieres decir que estabas con ella?. -
- Si. No voy a mentirte.-

   Entonces sí busqué el sillón para dejarme caer en él. Volvieron los moscardones a mi cabeza con sus zumbidos, impidiéndome cualquier reflejo de respuesta medianamente humana. 

- Tenía que decírtelo. Me marcho esta tarde y no volveré.-
  
     Y siguió hablando para explicarme lo complicada que es la vida, lo duro que había sido tomar esa decisión y lo endemoniadamente complicado que le resultaba decírmelo.
     Mientras mis ojos  pasaban  revista a los libros apilados cuidadosamente en las estanterías; tamaños, temas, colores, cada cual estaba siempre en su lugar, yo me encargaba de ello en las tareas que ocupaban mis días. Ahora lo hacía  en  un intento de encontrar la armonía y el orden de siempre. Con ello apartaba la desazón, el dolor y ese vacío que iban acampando como la niebla que invade el colorido del paisaje que amamos.

- No te esfuerces. Ya sé que me quieres. Te apetece  ahora un café?.


P.D.  Como os ha causado perplejidad, tengo que deciros que este post no es autobiográfico. Casi nada de lo que escribo lo es, aunque mi "mirada" sobre el relato os recuerde a mí.¿ Acaso existe algún escritor que no refleje su visión sobre lo que escribe?. En los relatos trato de crear historias que provoquen emociones , no contaros mi propia historia. ! Sería demasiado aburrido!

                              

martes, 20 de septiembre de 2011

EL TERCER HOMBRE

 He conocido al Tercer Hombre. La designación no es precisa, más bien fortuíta y caprichosa
El Tercer Hombre, como el de Graham Greene, tiene algo de misterio, y mucho de expectativa.
El Tercer Hombre, como el de Graham Greene, no es sólo un número ordinal. El orden no siempre conlleva "ordenación enumerada de las cosas"; también desde el caos, a veces, el encuentro de dos  seres aislados que chocan en un espacio y un tiempo pueden ser  orden, por ejemplo, el tercero. 
El Tercer Hombre, además de un Orson Welles magnífico en la película, es un "naúfrago". Así lo he definido. Claro que ser definido por una "disidente" como yo, no tiene mucho valor, ni credibilidad. El naúfrago bracea para sobrevivir, quiere llegar, la disidente ya no bracea, se deja llevar por el oleaje porque le da igual llegar que no.
El Tercer Hombre es un tipo especial. Parece que está por llegar..... o que siempre está llegando......  aún no se si va o viene de vueltas.Me gusta esa sensación de interinidad vital. Qué es la vida si no éso!!

jueves, 15 de septiembre de 2011

VOLVER

Siempre estamos de vuelta.
Siempre empezamos de nuevo, y es porque estamos vivos. No está mal estar vivos.
De vuelta a mi pueblo, de donde nunca fui, ni me permitirán ser,  donde nadie me espera y ahora que vuelvo sé que algún día me iré.
De vuelta a mi plaza, donde sus piedras me acogen, cautivándome con su magnetismo pétreo . Unas tienen forma de corazón, sobre otras pasean corazones de piedra pero nunca cambian ni se van.
De nuevo abro de par en par el balcón por donde entra el poco aire límpio que aún respiro. Es mi atalaya desde la que contemplo cómo el tiempo va pasando, transformando la soledad en soberanía, el olvido, invertido a plazo fijo,  en una buena renta.
He vuelto después de abrazar a los amigos que nunca quise quedar en la cuneta de mi camino, porque siempre merece la pena volver a verlos, aunque nos busquemos de tarde en tarde. Con ellos he vuelto a recorrer las pliegues del alma, acariciando las cicatrices de antiguas heridas, cosidas con esmero. Ya no tienen rostro, ni forma, ni nombre. Sólo yo sé el precio que he pagado por ellas, para lucirlas con orgullo, porque ahora sé que el futuro con ellas es mas hermoso  que el desierto que me ofrecías.
Tú, amigo , también has decidido volver. Eres como yo: no hay tiempo para la derrota. Lo hemos hablado, como tantas cosas: el futuro es la única puerta que no puede cerrarse. Tras su umbral los fuertes construyen sin destruir, los miserables arrastran sus ruinas y los débiles acarrean llantos y fatigas. Los dos sabemos en qué grupo queremos estar.
Seguiremos adelante, y para ello hay que volver.