La soledad pasea sola; aún la puedo ver desde mi balcón. Aún no necesito cerrar el ventanal que me une y me separa de esta plaza mágica en la que vivo. En el tiempo se atisba la llegada del otoño sin impedirme disfrutar desde mi sofá de los sonoros silencios que se producen fuera. Lejos va quedando el griterío veraniego que diluía la soledad, adormeciéndola lentamente hasta el sueño.
El pequeño espacio en el que sobrevivo me acoge, me ubica y me reconforta. Mirar hacia afuera a veces es vertiginoso,otras esperanzador. El espectáculo de mi vida queda colgado de la barandilla, confundiendo la realidad con los ensueños y las sombras y los silencios con fuegos artificiales; mejor no invitarlo a entrar porque tendríamos que entendernos.
Sin salir ni entrar, recorre la soledad el pequeño trecho que nos separa a las dos, para reencontrarnos, un día más, en la cama que compartimos.
Sin salir ni entrar, recorre la soledad el pequeño trecho que nos separa a las dos, para reencontrarnos, un día más, en la cama que compartimos.