Al fin se queda sola. Cuando todos se marcharon de la casa de campo, ella se sentía agotada.Solo le acompaña, como siempre, su hijo, que también se había rendido al sueño y descansaba en la cama grande con la promesa de que ella iría pronto a dormir con él.
Se acercó a la chimenea y atizó el fuego; se dejó caer en el sillón amarillo rindiéndose al cansancio ; atender a la familia, mostrarse agradable con todos, estar pendiente de que no faltara nada, el bullicio de los sobrinos, el ajetreo de los platos de la comida, la conversación insípida, todo la había agotado, sometiéndola a la realidad de la cotidianidad familiar.
Ahora, en el refugio del sillón, llegaba su añorada soledad. Después de su divorcio había construido con ella una buena relación, la consideraba una buena amiga con la que compartir los mejores momentos; el fuego con su presencia cálida y silenciosa hacía más placentera la ocasión.
El vestido azul, ajado por las idas y venidas en el jardín de la casa, sus pies descalzos arrullados al calor del fuego , sus manos resguardadas en el regazo de los bolsillos y su cabeza reposando en el respaldo del sillón ofrecían la posición perfecta para desprenderse de todo lo que no le importaba . Recuperaba su silencio al mismo tiempo que se llenaba de recuerdos en forma de imágenes . Ya no había heridas, ni pena ni dolor, ni preguntas sin respuestas, el tiempo había hecho su trabajo cicatrizando las marcas físicas y las del alma en un olvido lleno de memoria limpia y organizada para sobrevivir. Era su mejor momento del día y quería disfrutarlo.
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